Dijo Laia de Ahumada el otro día en una conferencia a la que asistí que nuestro siglo es el de la transformación. Acaba de publicar un libro sobre la espiritualidad sin religión y durante su charla ofreció algunas pautas que me parecieron interesantes.

Ella habla de vivir la espiritualidad fuera de las religiones. Incluso va más allá: ya no se trata de ser espiritual, sino de buscar la interioridad. Lo que está cambiando, afirma, es la experiencia religiosa en sí misma, porque las personas en este siglo están aprendiendo a abrirse y, en consecuencia, está surgiendo un nuevo lenguaje, se inventan nuevas palabras o se recupera  el sentido de algunas formas de sentir o de expresarse.

En este tiempo de transformación se descubren multiplicidad de caminos y se quiere una espiritualidad sin etiquetas. De este modo los caminos se entrecruzan, porque cada vez resulta más difusa la frontera entre la religión y la naturaleza o el silencio o el arte o el conocimiento, por ejemplo.

Estas nuevas maneras, dice Ahumada, no consideran necesarias las estructuras religiosas tal y como las conocemos hoy. No se desean jerarquías ni organigramas. Lo que prevalece es la defensa del valor de ser persona, el compromiso individual con el día a día. Personas, insiste, que hacen lo que creen que tienen que hacer. Y lo hacen porque son así.

Podríamos definirla como espiritualidad laica, pero tampoco. Ahumada prefiere hablar de tiempo en transformación, de un cambio profundo en la manera de estar en el mundo. Entre sus características: nuevo lenguaje, rechazo a los intermediarios, experiencia por encima de la creencia y de los dogmas, integrismo como autenticidad, defensa de la heterodoxia, mestizaje, enamoramiento y no conversión…

Tiempo interesante, me digo.