La cabina de libros

Por Lunes, febrero 2, 2015 0 Permalink 0

He podido entrar en una antigua cabina de teléfonos reconvertida en biblioteca de libros. Ha sido en los Alpes austriacos, en el pueblecito de Bad Goisern. Dentro, había libros de segunda mano de muy diversas temáticas: historia, política, gastronomía, infantiles… Uno se lleva un libro y deja otro si quiere o simplemente devuelve el tomo que se ha llevado. Y así tantas veces como uno desee. No hay que rellenar nada, tampoco hace falta identificarse previamente. La puerta está abierta para todo aquel que desee coger o prestar un libro.

Este “Goiserer Bücherschrank” parece que se ha extendido por la zona y que hay cabinas similares en los pueblos próximos de Obertraun y Gosau. Me dicen que también hay alguna en Viena, Berlin y Salzburgo y en algún parque de Inglaterra… Son cabinas para gente civilizada, obviamente. Cuesta imaginar lo que duraría esta instalación en los países mediterráneos europeos, por decir algo.

Hay que reconocer que a la gente le interesan los libros, aunque luego no los lean. Cómo entender, si no, la recaudación de la película “La ladrona de libros”, que en poco más de un año ya ha cosechado 76 millones de dólares. ¡Los libros que se podrían comprar, y regalar, con esta cifra, y cómo reduciría el analfabetismo en tantos lugares, industrializados o no!
Aunque pienso que no debería sorprenderme por estas cosas tan… anacrónicas o acaso crónicas, quién sabe. De hecho, bastantes siglos antes de Gutenberg en muchas tablillas asirias ya aparecía una inscripción con una maldición para disuadir a la gente que pretendiera robarlas. Un mal de ojo, vaya. Y en nuestro querido Renacimiento los Papas también tuvieron hasta que excomulgar a los ladrones de libros, como vemos en la famosa cédula de la universidad salmantina.

Así que celebro que las antiguas cabinas telefónicas empiecen a tener este nuevo uso, pues podían haberse convertido en expendedurías de productos de “conveniencia”, de vending, de tabaco, de licores, de preservativos… Todo esto ya lo vemos en muchas partes, claro. O acabar como objeto de decoración en una tienda cualquiera en busca de ese glamour rojo con que los ingleses decoraron sus emblemáticas cabinas telefónicas y que hoy se pueden comprar por menos de 2.000 libras rebajándolas a la vulgaridad de su dueño.
Por eso está bien que nos vayamos olvidando de la desosegada imagen de la cabina telefónica saboteada, reventada, pisoteada para conseguir algunas pocas monedas; y que surja la bucólica imagen de una mini biblioteca pública en una acera maravillosa donde el acceso a la lectura no sólo es gratuito sino solidario, altruista.

Ojalá que estas cabinas de libros se multipliquen, pues como también se decía en los tiempos de Ramsés II, las bibliotecas son la clínica del alma.

M.R. Tornadijo

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